La tarde estaba.
Con ella, las ganas de amar.
Tanto tiempo esperaron el encuentro
que no quedaba tiempo ya,
para decirse nada.
Ella abrió las puertas de su ser
para que él pudiera delinearle el cuerpo,
y entregase al delicado movimiento
del suyo.
Una vertiente cálida de sudor
mezclada con gemidos y sonrisas,
se hundía en su vientre.
Eros alzó la mirada
en busca de lo nuevo que ellos le ofrecían.
Sus pechos, firmes centinelas del momento,
se dejaban beber lentamente.
Era la tarde,
no sabían aún quienes eran
pero sí sabían que las siluetas
se confundían con la luna.
Así, de repente, todo fue silencio,
fue miradas y suspiros.
Así, dormidos y abrazados
recibieron al día.
©Silvia Vázquez
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